85. Los Galgos

Por fin ella, la chica que él había creído que fue la que mejor lo quiso en la vida, Tamara Maragall, y él, se levantan de la mesa en el café Los Galgos y salen a la calle. Por eso recordará, él, después, el café también visto desde afuera. En realidad no lo ha visto como le parece recordarlo pero con todas las cosas es igual: el recuerdo es una cosa, la realidad es otra, y la ficción es la única verdad. La gente, sobre todo las mujeres, la miran al pasar y ella pasa naturalmente entre todos, con una especie de gramática del caminar frente a la mirada de los otros como si estuviera sola en el mundo pero al mismo tiempo dando a entender que los ve a todos, que no los ignora, que si no fuera por ellos, por todos ellos, ella no existiría.
Caminan cien metros juntos, se dicen las cosas propias de una despedida, en la esquina siguiente se detienen, se prometen volver a verse, se abrazan y ella se va para un lado y él para el otro. Como un imbécil él recuerda ahora que se había propuesto comprar sábanas y que fue caminando hasta Palacios en la esquina de Marcelo T. de Alvear y Uruguay... ¡Comprar sábanas! Después de un encuentro como el que terminaba de protagonizar... La vida está llena de roles protagónicos. Casi todos son aburridos. Muchos son obvios. Algunos son demoledores. Otros, muy pocos, tanto que casi no existen, son los que le dan razón de ser y dimensiones épicas a a la existencia.
   -En un caso así -dice él-, si estuviéramos en una novela o en una película, lo que habría que hacer es tomarse  un taxi y perderse a lo lejos por Callao en la bruma de un atardecer oscuro. Y tener bien en claro que no es el comienzo de una bella amistad.
María juega con el encendedor entre los dedos. Y él, que la ha mirando tanto, y que le ha mirado tanto los dedos, recién en este momento se da cuenta de que la piedra que lleva en el anillo de oro tipo sello en el anular de la mano derecha es una esmeralda.
Tenía ganas, ella, María, de comer un tostado, algo tan simple como eso en Buenos Aires: un tostado de jamón y queso con una cerveza. De modo que compraron cigarrillos en un kiosco frente a La Placita y siguieron caminando y unas cuadras después, en una esquina, encontraron un bar que a ella le gustó y eligieron una mesa y pidieron dos tostados mixtos y dos porroncitos de Heineken.
En el diario dice: 1. Te amo, te necesito. 2. Vos, cojeme. Si me amás, cojeme. 3. Si me amás mucho cojeme mucho. 4. AMAME (Siempre).
Sin embargo, ahora, tantos años después, ella, esa chica, Tamara Maragall, una diosa de la moda en el mundo entero, la chica que él había creído que fue la que más lo quiso en la vida, le escribe para decirle que él sigue siendo un hombre oscuro, frío y sin amor.

Susurros perdidos: ¿qué se dicen?

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