88. Resumen

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El contenido explícito de las próximas citas textuales del diario no afectará la sensibilidad de los lectores. O la afectará de otro modo.

Te quiero entero. Besame mucho.
Me gusta que cumplas tus promesas. Mis fantasías. El pasillo de tu casa.
Me gusta que riegues las plantas con linterna.
Me gusta mi vida. Y tu piel suavecita.
(Un lunes)

Lo bueno de hoy es que dormimos juntos
(Un miércoles)

Hace un rato que te fuiste con Mora dormida en los brazos (que se olvidó sus regalos). Tenía los cachetes llenos de purpurina.
Te extraño Juan en mi cama porque te amo.
(Un jueves)

Que te pongas de pie para que te chupe la pija es una reverencia para mi boca.
Yo me arrodillo con veneración y calentura.
(Un viernes)

Neurótico. Esta mañana quise matarte. Malhumorado. Enojadizo. Lindo. Mío.
(Un miércoles)

Etcétera.

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María fuma marihuana y con los ojos húmedos y los labios cerrados en una de sus sonrisas plácidas, amorosas, le acaricia una mano. No deja de acariciarlo. Hace comentarios sobre la película que miran y le acaricia la mano izquierda.
¡Ha pasado tanto tiempo desde todos los fracasos!
O a lo mejor no tanto, por lo menos desde el último, pero en este momento a él le parece una eternidad. Enamorarse borra la memoria de cualquier sistema y, lo que es peor, alienta la ilusión de que hay una felicidad posible, quizás perecedera pero posible.
Él se desliza sobre ella, la besa, le huele el pelo, le muerde el cuello, y ella le acaricia la cabeza, los hombros, le araña la espalda, separa y recoge las piernas.
La película es Flores rotas, con Bill Murray, Jessica Lange, Julie Delpy, Heather Simms y Sharon Stone entre muchos otros y fue realizada por el director independiente Jim Jarmush en 2005.

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Los capítulos de algunas historias que nos acompañan desde los primeros días van terminando. De hecho es posible que después de un par de entradas más dos de esas historias, por lo menos, desaparezcan. Es decir, desaparezcan de Script / Vida real 2.0 (Una historia en construcción). También es posible que, como se dice, alguna de esas historias se echen de menos, o se extrañen. De hecho, yo mismo voy a echar de menos una de ellas. Pero es indispensable que termine porque de lo contrario lo que tendría por delante son sólo aguas pantanosas.

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Mora, su hija, vivía con él. Nunca sabrá hasta qué punto objetivo este hecho si se quiere simple, familiar, cumplió un papel fundamental. Pero él siempre ha sentido y siente que lo cumplió, que fue fundamental que Mora viviera con él. Porque cuando pudo regresar al departamento, cuando pudo hacerlo de una manera precaria movida más que nada por la ignorancia de lo que le estaba pasando y por la necesidad -él pensaba que era una necesidad: que si volvía a su casa y se recostaba esa fatiga infinita que lo había atacado se le pasaría, la fatiga y el entumecimiento de los brazos-. Hay infartos agudos de miocardio que no producen los síntomas más difundidos, vamos a decirlo con todas las letras: hay infartos agudos de miocardio que no producen dolores en el pecho ni en el brazo izquierdo ni en ningún lado. Sólo, producen, esos infartos, fatiga intensa, peso fuerte en el pecho al que se le llama efecto pata de elefante, y entumecimiento de los brazos desde los codos hasta las manos. O por lo menos esos fueron los síntomas que él tuvo. Por eso ni se le ocurrió pensar que se trataba de un infarto. También porque él no entraba en las variables de riesgo habituales o más difundidas: no tenía sobrepeso, el colesterol y los triglicéridos le habían dado perfectos en un análisis de sangre realizado 20 días antes, y no fumaba desde hacía más de 10 años. Por eso pensó que se trataba de una caída de presión, por ejemplo. Y cuando no pudo más se sentó en un banco, en la vereda del Botánico, enfrente de su casa. Pero el cuadro no mejoró. Así que decidió cruzar y volver a su departamento aunque no estaba seguro de que las fuerzas, tal como se dice, lo acompañarían. Pero lo acompañaron. Y en su casa estaba Mora, es claro, y Mora llamó por teléfono a su clínico, y su clínico, el doctor Jorge Hevia, le dijo a Mora que lo más rápido posible pusiera a su padre en un taxi y lo llevara a la guardia del sanatorio Mater Dei, y que él, el Dr. Hevia, llamaría en ese mismo momento al sanatorio para que cuando Mora y su padre llegaran los estuvieran esperando.

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Él le pregunta y María le dice que habla así, casi sin acento, porque si bien el castellano es para ella su lengua materna muy rápido aprendió también el francés, a tal punto que se la considera bilingüe, lo cual fue un antecedente más para postularse como traductora simultánea en la Unión Europea en Bruselas. Y también porque estuvo muy poco en Buenos Aires, un par de veces antes de hoy, y que eso no alcanza para pegarle el acento a nadie si es que el castellano de los porteños tiene acento en comparación, por ejemplo, con el castellano de los cordobeses, aquí en la Argentina, o con el castellano de los españoles. Y dice:
   -Pero no entiendo por qué se te ocurren preguntas así en este momento.
   Y él le dice:
   -Porque siempre hay que saber en qué lengua se coje.

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Ha resuelto, él, no leer todo el diario. No está dispuesto a hacerlo. O no puede hacerlo. Algo le restituye, como a un adicto que se ha curado, una ecuación del amor y del erotismo que sin embargo fuga como fugan las pasiones y al mismo tiempo un desgarro, una fisura por la que se escapa lo que creía que eran sus mejores recuerdos de una historia de amor. Y en su lugar se planta una pregunta que por supuesto no le devuelve nada: ¿Y si él no supo cómo hacerla sentir querida?

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