33. El ojo

¿Qué ve la mirada en el otro cuando deja de quererlo?
Lo que aborrece.
No lo peor del otro: la mirada ve lo que aborrece, lo que llevó a esa disolución del cariño y, podría decirse, lo que llevó a esa disolución del cariño desde el mismo momento en que uno empezó a querer al otro.
Nada de todo esto es un juego de palabras.
El cirujano nunca está solo. Siempre, en su consultorio, hay otras personas: en general, una oftalmóloga especializada en el mal del paciente de turno. A veces son dos. Y en ocasiones excepcionales tres: en este caso el tercero es un oftalmólogo y en alguna de esas ocasiones este oftalmólogo es el hijo del cirujano que también es cirujano.
En los controles, de ahora en adelante, que serán muy seguidos durante el primer mes y luego se irán espaciando, él debe hacerse un OCT en la planta baja de la clínica; la oftalmóloga que realiza el OCT, en estos casos, no le hace esperar el resultado sino que lo se lo remite directamente al cirujano y a sus colaboradores a través de la red.
Así que cuando él regresa al consultorio es muy probable que ya todos los que estén en el ahí, dos, tres o cuatro, ya se encuentren evaluando las imágenes que son de colores y que son muchas, muchas imágenes que, él se da cuenta, el cirujano y sus colaboradores cotejan con los OCT anteriores y sobre todo con el OCT exactamente anterior a la operación.
Él piensa en la mirada, en qué ve y en qué no ve la mirada, mientras el cirujano, ahora, observa directamente su ojo izquierdo.
Nada mejor para ver un ojo que dilatar la pupila.
Entonces reaparece en el vacío la pregunta sobre la luz: ¿hay más luz de la que vemos, tanta luz como vemos con las pupilas dilatadas?
La mujer a la que dejó de ver el mismo día de la operación, como si el ojo izquierdo tapado hubiera sido la metáfora que materializó el fin, fue siempre una mujer fría, intolerante y exigente bajo la apariencia de una belleza plácida y un carácter neutral.
El cirujano considera desde el primer control posterior a la operación que el resultado ha sido un éxito. Habrá que esperar los controles siguientes y, sobre todo, que pase el tiempo: la recuperación o normalización completa de la visión puede producirse hasta en un año.
Al cirujano, por otro lado, lo llena de satisfacción que en el interior del ojo haya todavía mucho gas y le reitera la absoluta necesidad de que siga durmiendo boca abajo. Por eso él comprende que esta condición es la condición esencial que de una u otra manera garantizará el resultado positivo.
Lo curioso o lo significativo, como se prefiera, es que él había terminado la relación con esa mujer seis meses antes de la operación y que la había retomado un mes antes. Como si la celebérrima sentencia cuasi alquímica fuese la piedra filosofal de los finales de las relaciones amorosas: segundas partes nunca fueron buenas.
Por fin sale de la clínica, él, toma un taxi en la esquina de Córdoba y Río Bamba, controla las alertas en su teléfono y mira la luz: esa luz tan fuertemente blanca que se ve con las pupilas dilatadas.
El ojo administra la luz con la que vemos no dando ninguna señal física de que esa es una de las cosas que hace.
Pero el silencio del ojo no es el silencio de la mirada.

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