48. El vacío

Todas las mañanas camina por el Rosedal.
Se despierta cuando lo despierta la luz de la ventana de su habitación.
Siempre deja los postigos de metal abiertos, o alguno abierto, para que al día siguiente lo despierte la luz.
Entonces se levanta, va a desayunar a un bar -siempre el mismo bar, a una cuadra del edificio donde vive-, pide café con leche y medialunas, lee el diario, toma notas de las cosas que le llaman la atención por su gravedad o por su rareza y de las cosas que le causan gracia, y con esas notas, cuando regrese a su departamento, una de las primeras cosas que hará, a eso de las diez de la mañana, será escribir twits y postearlos.
Sus twits -esto a él le gusta- tienen un relativo éxito, y son faveados y retwiteados, y suma followers y a veces los pierde. Siempre es más fácil saber por qué alguien decide seguir a otro que por qué decide dejar de seguirlo.
Él está en Twitter desde dos o tres semanas antes de la operación. Y decidió abrir una cuenta en esos días en los que leer, debido al agujero macular, era más complicado que después de haber sido intervenido.
Hoy altera la rutina de su caminata que consiste en llegar caminando al Rosedal desde el bar donde desayuna y dar un par de vueltas alrededor del lago para entrar en el Rosedal propiamente dicho y contemplar las rosas ya florecidas después de la poda anual que se practica en el mes de agosto.
Y contempla, las rosas, hoy, sentado en un banco bajo la pérgola construida, igual que el puente griego, por el ingeniero Benito Carrasco entre 1910 y 1914.
No está seguro de ver bien todo, quizás un poco mejor de lejos por la compensación que a distancia realiza mejor el ojo derecho.
Pero lo que no se ve no se pierde.
En todo caso lo que no se ve no forma parte de la escena por la excesiva deformación de las figuras.
Sabrá, él, con el paso del tiempo, que una visión parcial es también una manera, a veces, de no pensar en el centro de las cosas.

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