34. Los Galgos

El segundo café, le parece, no está tan bien hecho como el primero. Lo ha pedido hace un par de minutos ante la posibilidad de que la mujer que está esperando se demore mucho más o, incluso, de que no vaya, tal como quedaron, a encontrarse con él en ese bar que, por otro lado, fue propuesto por ella.
Pero cree que más tarde o más temprano ella aparecerá y será más o menos eso, una aparición, después de tantos años sin verse. El encuentro lo arreglaron por mails y él sabe, porque ha visto fotos recientes en diversas revistas, que a pesar de los años que han pasado ella mantiene una apariencia juvenil, muy delgada, el pelo muy corto, la ropa de rigurosa moda comprada obviamente en Nueva York.
Y si él cree que de todas sus relaciones amorosas a lo largo del tiempo ella ha sido la mujer que más o mejor lo ha querido debe reconocerse a sí mismo que la atracción y el amor que él sintió por ella sobre todo a lo largo del primer año fue una pasión o lo más parecido que él ha vivido como una pasión.
Nadie es nadie si nunca nadie te ha querido apasionadamente.
Mientras toma su segundo café, entonces, y observa los pocos movimientos que hay en el bar -un hombre que sale, una pareja que entra por la puerta de Lavalle, un mozo que va y viene sin ningún apuro- y piensa en lo que piensa, es decir en ella y en la forma que él cree que se amaron, intenta -él lo sabe- alejar las imágenes del Colegio del Salvador de cuando él hizo buena parte de la escuela primaria hace ya, también, muchos años.
Hay una época en la vida en que todo parece haber sucedido hace tanto, tanto tiempo...

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