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98. El ojo

La mirada ve lo que quiere. O no ve.

Diane Arbus: Freak con rosas

Ruth Orkin: Desde su ventana

Annie Leibovitz: Alicia para Vogue

91. El ojo

I

Don Johnston es un hombre de mediana edad que vive voluntariamente solo después de haber atravesado por lo menos cuatro relaciones de pareja. Un día recibe un anónimo en el que se le dice que tiene un hijo adolescente que lo está buscando. Incitado por un vecino que es detective Johnston comienza un viaje hacia ese pasado de amores pasados en el que progresivamente se irá encontrando con un vacío creciente.
Sinopsis y fichas técnicas de la película de Jarmush pueden consultarse en http://www.imdb.com/title/tt0412019/ y/o en: http://es.wikipedia.org/wiki/Flores_rotas
En cuanto a la película en sí sólo cabe verla.

II

El agujero macular, por fin, le confirma el cirujano Daniel Charles con un tono que no disimula por completo el orgullo, ha quedado cerrado y bien cerrado. Es decir, la operación realizada hace un año ha sido un éxito completo. Pero él todavía no ve bien, le dice al cirujano, Ve, con el ojo izquierdo, como si tuviera un punto ciego. De modo que el cirujano le ordena nuevos estudios que se realizan en la misma clínica de la calle Río Bamba entre Córdoba y Paraguay y el diagnóstico es inapelable. El tiene, ahora, una maculopatía miópica. Y esta maculopatía miópica no tiene nada que ver con el agujero macular. Se ha producido con absoluta independencia. Lamentable pero cierto. Una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa, tal como se dice. Pero en su caso, le dice el Dr. Charles, es posible que una serie de inyecciones en el ojo mejoren o curen el mal. Serían en principio tres inyecciones, a una inyección por mes, o eventualmente cuatro. El cirujano, es claro, le sugiere que se haga este tratamiento de inyecciones. Es una pavada, dice.

III


Lisieux

IV

Un twit:

Vivimos enamorados de ilusiones ópticas.

V

¿Cómo se sale de un infarto? Si los médicos te reciben en lo que ellos llaman una ventana que -si no se trata de un infarto masivo de esos que te matan de una- es un período de aproximadamente seis horas desde el comienzo de los síntomas, hay muchas posibilidades de zafar con una angioplastía http://scriptvidareal.blogspot.com.ar/2012/12/87-anexos.html una operación que se realiza con anestesia local y que suele desarrollarse en más o menos poco tiempo. Después, cuando el paciente le pregunta a su clínico por qué tuvo un infarto apenas a 20 días de hacerse un chequeo exhaustivo en el que le dio todo, completamente todo, bien, el doctor Hevia le dice que es imposible prever, y en consecuencia prevenir, en qué momento una placa se desprenderá del lugar que ocupa normalmente y obstruirá una arteria. #Eso

VI

María se va. Sivori le presta a él su auto, un Volskwagen Fox negro, para que la lleve al aeropuerto. Y él lo hace: la pasa a buscar por el departamento de Carola y la lleva a Ezeiza. El diálogo siguiente transcurre en el auto, casi sin que se miren, y quizás sea mejor así, piensa él, puesto que quiere hacer un par de preguntas bien concretas y, es más, desagradables, como por ejemplo: ¿Cuándo volvés? y ¿Quién es ese alguien? Por eso ella dice que no sabe exactamente cuándo porque no sabe cuántos días deberá quedarse con su madre en Lisieux, por un lado, y por otro porque tampoco sabe cuánto tiempo le llevará despedirse amistosamente de Pierre, un dibujante parisino de comics con el que estuvo de novia un año pero un año en el que se vieron poco porque ella estaba siempre en Bruselas, hasta que terminaron, pero ahora, ella ya a bordo de su año sabático y dispuesta a pasarlo en Buenos Aires, Pierre no se resigna a que todo haya terminado y le ha propuesto y le propone, una y mil veces, volver a estar juntos. Esto, es obvio, es lo que más le duele a él porque piensa que es algo que puede suceder, que a último momento María y Pierre reinicien la relación que tuvieron y que había terminado y que él, acá en Buenos Aires, se quede, como se dice, colgado del pincel. Pero ella le dice que no, que no será así, y le repite que vuelve a París para ayudar a su madre a instalarse en Lisieux, para despedirse después de Pierre, y para cerrar el departamento del Pasaje Dauphine. Y que entonces regresará. Entre otras cosas, le dice, ella a él, porque sabrá, ella, que él la está esperando.

VII

Maculopatía miópica

84. El ojo

Abrió una cuenta en Twitter cuando esperaba la operación del ojo izquierdo que se había programado para quince días como mínimo -no recuerda ahora exactamente cuántos- más adelante para cerrar un agujero macular. No es lo más grave que le ha pasado con su cuerpo. Cuatro años atrás, por ejemplo, tuvo un infarto. Pero puede decirse que el tema del ojo lo perturbó más que el ataque al corazón. Esos eran los días, también, los últimos días de su relación con la mujer que no buscaba hombres sino sparrings: tipos dispuestos a acompañarla en su vida social a veces marcada por la fama, preparados para contestarle de inmediato todos los mails que escribía por día, listos para atender sus infinitas llamadas por el celular para contar sin descanso los mil y un problemas que tenía, desde su separación hasta su hijo mayor, sobre todo su hijo mayor, una calamidad construida por ella a fuerza de desvivirse por darle todo lo que al pibe se le antojaba, y dispuestos, siempre dispuestos, los sparrings, a facilitarle un muslo para que ella se frotara hasta acabar. Es decir, ella, esa mujer que se definía a sí misma como una buena persona. Entonces él escribía twits:
   Las polémicas empiezan cuando se pierde la razón.
   O:
   La felicidad es eso que pasa de largo cuando el 15 no se detiene en la parada de Santa Fe entre Armenia y Malabia.
   O:
   Para un peronista no hay nada peor que otro peronista.
Las compensaciones más notables venían, de parte de ella, con regalos: siempre espléndidos, sorprendentes y regularmente inapropiados. La ropa que ella le regalaba a él no le gustaba. Eran prendas caras, de primeras marcas y de colores propios de la temporada. Pero a él esa ropa no le gustaba porque él se viste con básicos tan básicos como un jean, una remera negra y esas zapatillas, por llamarlas de algún modo, que inventó hace muchos años Camper y que le copió todo el mundo: http://www.camper.com/es/eshop/productos.xhtml?type=M
   -Sos implacable -le dice María.
   -No, soy realista. Hay que recuperar el realismo.
   -Pero la querías...
   -Los primeros dos meses la quise.
   -¿Cuánto tiempo estuvieron juntos?
   -Te queda un solo cigarrillo... -dice él-. Dos años, más o menos.
   -Fumalo. Lo necesitás más que yo.
La sonrisa no desaparece del todo de su boca. Escucha y escucha, casi sin hacer preguntas, y conserva espontáneamente algo plácido como si se dejara flotar en la calma chicha.
   -También es cierto que exagero un poco.
   -Caminemos un poco, hasta otro bar, y compramos cigarrillos.
   -Dale.
   -¿Y cómo está tu ojo ahora?
   -No del todo bien... Pero no puedo dejar de mirarte.

Gente sin techo (CABA). Y fuera de foco.

77. El ojo

La verdad es que a veces extraño el Pasaje Dauphine. Es raro vivir en una calle tan tranquila en pleno Saint-Germain. Me encanta tomar el té en ese barcito y quedarme a leer cuando hay sol, no me importa si es invierno o verano. Cortázar, cuando tenía su estudio por ahí cerca, iba muy seguido. A veces hablé con él, yo era muy chica y me hacía gracia un hombre tan alto y tan simpático que hablaba conmigo no por compromiso o educación sino porque le gustaba. Una vez me pidió que le contara la historia de mi madre. Yo ya sabía que él era un gran escritor. Siempre andaba con un libro en la mano. Un día se lo dije y él me dijo que era su acompañante fóbico. Y se rió... Pero en el fondo ya no quiero saber más nada con París. A diferencia de mi madre yo nunca me llevé del todo bien con la familia de mi padre. Gente pretenciosa. Pequeñoburgueses maleducados que creen que pueden atropellar a todo el mundo. A mí me parece que se preocuparon más por guardar las formas y esconderse en el silencio que por entender por qué se suicidó mi padre. Ese, por motivos diferentes, es un punto de contacto que tienen con mi madre y creo que fue a partir de esa coincidencia que nunca, ni siquiera en secreto, le echaron la culpa a ella. Yo conozco apenas Buenos Aires. Pero voy a aprovechar este año acá y voy a decidir si a partir del año próximo cuando no tenga que estar en Bruselas me vengo a vivir a Buenos Aires. París es muy atractiva pero me sofoca. Y yo ya estoy vieja para andar de sofocón en sofocón. Ella, María, se ríe cuando él le pregunta cuántos años tiene y le dice Bueno, es una manera de decir... 41, dice, acabo de cumplir 41 años y todo el mundo sabe que esto para una mujer es una catástrofe. Entonces, para cambiar de tema, ella le pregunta a él por su hija: ¿Y tu hija, Juan? ¿Cómo te llevás con tu hija?

Gente sin techo (CABA). Y fuera de foco.

70. El ojo

Esta historia se encuentra en un punto de inflexión.
Hay temas que ya no reaparecerán.
Se han disuelto en el tiempo y en la memoria y en su lugar sólo quedan espacios vacíos.
Huecos.
Puntos ciegos.
Perec dice:

Algunas de las cosas que en todo caso tendría que hacer antes de morir:

Decidirme a tirar un cierto número de cosas que guardo sin saber por qué las guardo.
O bien:
Ordenar de una vez por todas mi biblioteca.
Adquirir varios aparatos electrodomésticos.

El libro es: Georges Perec, Nací (Éditios du Seuil 1990). Y a pesar de que a veces él se niega a hacerlo sin motivos razonables ahora, cuando como en este caso lee con los anteojos para leer, la visión parece fijarse o mejorar de modo que no termina leyendo sólo con el ojo derecho y el izquierdo cerrado.
A la mujer que necesitaba sparrings y no hombres le aburría, según sus palabras, leer a Perec o, en todo caso, no le aportaba nada para su trabajo.
Él nunca entendió muy bien qué quería decir ella porque él nunca sabe cuándo algo que lee le aporta, además de placer o descontento, algo para su trabajo pero parte de la base de que todo suma, aun cuando sea en la dirección más temible.
Esa mujer, en la conquista, desplegaba su tela donde inexorablemente quedarían atrapados los entes necesarios para su supervivencia y, a veces, para frotarse contra ellos y de esa manera ejercer una forma del sexo que en realidad -tal como suele decirse- prescindía por completo del otro más allá del trozo que ella necesitaba para frotarse. Era, sin embargo, una araña descartable. Y también lo sabía. Por eso buscaba adherirse a los entes que atrapaba hasta consumirlos por completo y evitar que se desprendieran de ella. Era, ella, por así decirlo, una Maman de entrecasa, o de cabotaje.
Tampoco le gustaba la película Perdidos en Tokio, sin dar razones, ni viajar en auto porque, decía, se mareaba.
Él lo sabe ya mejor que nunca: fue presa, con ella, de una ilusión óptica.
A ella no le gustaba decir que era dramaturga, le gustaba decir que escribía obras de teatro.
Uno de aquellos días finales, poco antes de la operación que buscó cerrar el agujero macular en el ojo izquierdo, al escucharla decir algo por el estilo, él se acordó de la última vez que vio a su padre.

Gente sin techo (CABA). Y fuera de foco.

65. El ojo


Mis versos, escritos tan temprano...

Mis versos, escritos tan temprano
que no sabía aún que era poeta,
inquietos como gotas de una fuente,
como chispas de un cometa,

lanzados como ágiles diablillos al asalto
del santuario donde todo es sueño e incienso,
mis versos de juventud y de muerte
-¡mis versos, que nadie lee!-,

en el polvo de los estantes dispersos
-¡que ninguna mano toca!-,
como vinos preciosos, mis versos
también tendrán su hora.

(Se cree que la versión traducida al castellano de este poema de Marina Andréyev fue realizada por Severo Sarduy)

Él no sólo encontró en las cajas, archivadas en un armario de una habitación que casi no usa y que tuvo que abrir en busca de otra cosa, el diario de Tamara. Encontró fotos -una foto frente al castillo de Pedraza, Segovia, no muy lejos de Madrid, una fortaleza construida en el siglo XIII, en la que se están besando en el atardecer-, encontró cartas, y encontró tres poemas de Marina Andréyev, la abuela de ella, traducidos y escritos a mano en papel biblia.
La abuela le había dicho alguna vez a ella que las versiones en castellano de esos poemas eran de Severo Sarduy. Pero nunca le explicó para qué Sarduy había hecho o participado en esas traducciones.
Él lee, ahora, cuando lee, con sus nuevas gafas de lectura.
Y debe reconocerse a sí mismo que leer con esas gafas facilita las cosas, como si eso que el ojo izquierdo todavía no ve bien, se viera mejor.
Cuando no lee, cuando dormita y de pronto abre los ojos y se cuelga algunos minutos en cualquier película hoy -lo sabrá después- ve fragmentos de una película rarísima: 06/05 dirigida en 2004 por Theo van Gogh. Y le llamará la atención, cuando se entere en IMDb que además es una película holandesa, un drama policial que se estrenó el 23 de febrero de 2005, tres meses después de que un islamita fundamentalista holandés de 26 años asesinara en la calle a van Gogh.
A veces, no sabe por qué, se acuerda de la mujer que buscaba sparrings, la que tanto lo maltrató el día en que le operaron el ojo izquierdo. Entonces prefiere fumar un poco más de marihuana y seguir dormitando.
Con un poco de suerte cuando vuelva a abrir los ojos 06/05 todavía no habrá terminado.

58. El ojo

La rendija, por fin, termina de abrirse y él ve.
El gas se ha ido y la recuperación gradual de la visión se materializa como un sueño, como un deseo desaforado, y el cirujano, en sus modos moderados, no puede ocultar la satisfacción: ¡otra vez lo ha conseguido! es lo que parece decir.
Pero él no deja de decirle al cirujano que entiende bien lo que le dice pero que no ve del todo bien: algo en el centro de la imagen que compone el ojo izquierdo no es traslúcido.
Por eso el cirujano comienza con sugerencias del orden de que él no debe estar controlando todo el tiempo cómo ve porque la recuperación completa puede demorar un año a partir de la fecha de la operación.
Y más adelante le hablará de los infinitos y pequeñísimos hematomas que produce una operación de esa naturaleza y le receta Nevanac al 0.1%, unas gotas anti inflamatorias cuya droga es el Nepafenac.
Él leerá en la cajita: Suspensión Oftálmica.
Y todo el lenguaje le parecerá, más que nunca, paradójico.

Dentro de poco la única historia que quedará en pie es la historia del ojo.
Porque un agujero macular bien operado, ahora él lo sabe, es muy posible que quede cerrado.
Pero las cosas no necesariamente terminan ahí.
Las historias de amor terminan.
Las dolencias económicas a veces terminan.
Las probables enfermedades de un ojo, o de los dos, no siempre terminan.

No hay nada absoluto.
Salvo el vacío.
El vacío es lo absoluto.
No hay referentes. El vacío es todo. El único sentido.

Entonces piensa en su padre. O, mejor dicho, al verse de refilón, nuevamente, en el espejo, recuerda la última vez que vio a su padre.


54. El ojo

Enséñame un héroe y te escribiré una tragedia.
FSF.

I

Jane Birkin y Dirk Bogarde

II

Zelda Sayre

III

1949

1974

2013

IV

Alan Ladd y Betty Field

V

Patio del Colegio del Salvador

VI

¿Cómo ve un miope?

VII

Scott Fitzgerald y Zelda Sayre

46. El ojo

Ya lo sabe: lo más probable es que, después de la operación, no pierda el ojo izquierdo.
También sabe que a pesar de lo que dice el cirujano él no está muy seguro de que recuperará una visión completamente normal.
Esta idea se le hace presente muchas veces en diversas circunstancias de la vida cotidiana pero sobre todo, y con una cierta insistencia, cuando intenta leer.
El libro que intenta leer, o mejor dicho releer, es El gran Gatsby en la nueva traducción de Justo Navarro, el mismo traductor de los Cuentos Completos, que acaba de publicar Anagrama. Pero entonces la no visión del ojo izquierdo, o la visión tal como se produce a través de una burbuja de gas, entorpece la lectura y sabe, él, que termina haciéndolo o que terminará haciéndolo con ese ojo cerrado.
Por eso ha pensado que quizás podría intentarlo con otro libro. Y se ha decidido por una rara novela de David Markson, La soledad del lector, con una estructura de frases muy cortas, epigramática, que en el desarrollo de la trama avanza muy lentamente y que va estableciendo sus temas por la repetición de algunos de sus leitmotivs: qué personajes reales y famosos fueron antisemitas o cuáles y en qué circunstancias se suicidaron.
De todas maneras, más tarde o más temprano, se da cuenta él, de que está leyendo con el ojo izquierdo cerrado.
Esta cuestión no tendrá solución hasta que el gas termine de diluirse o de fugarse del ojo izquierdo, es decir, unas tres o cuatro semanas después.
En otro orden, más allá de estas cuestiones, piensa o se dice, no necesita nada.
No necesita nada ni a nadie.
El dolor a veces sabe disolverse solo.

42. El ojo

Es una de esas personas, en este caso una de esas mujeres, a las que por ejemplo no les gusta ni la marihuana ni el jamón crudo ni el sexo. Dos o tres veces, a instancias de él, ella dio un par de pitadas y su comentario fue el típico A mí no me hace nada. El jamón crudo le producía arcadas. Y el sexo no pero porque quedaba lejos de las posibilidades de que se las provocara. Detestaba el sexo oral, tanto el realizado por ella -sobre todo el realizado por ella- como el realizado por él. También se negaba a que él le tocara la vagina y a practicar sexo anal. Y la posición más común del mundo no le producía ninguna satisfacción. Así que dejaba que él se le subiera encima y se sacudiese sin que ella moviese un músculo hasta que eyaculaba y después se montaba sobre él y se frotaba contra un muslo hasta acabar. Entonces se desplomaba sobre el lado izquierdo de la cama y se quedaba dormida.
Una mujer es una ilusión óptica, un objeto inalcanzable, pero nunca un verdadero misterio.
Él ya no recuerda en qué control fue que el cirujano le confirmó que la operación del agujero macular había sido un éxito.
En las cuatro, por lo menos, no tres, semanas siguientes a la intervención la burbuja de gas que tenía adentro del ojo hacía que viera como a través de una burbuja líquida y esmerilada. En algún momento, tal como le había anunciado el doctor Charles, en lo alto del ojo comenzó a verse una delgada rendija. Por esa rendija él empezó a ver normal, si por normal se entiende apenas una línea a través de la cual se atisba o se espían las imágenes reales.
Esa rendija se fue ampliando con una lentitud exasperante. Y el peor momento, le parece ahora, fue cuando el límite entra la burbuja y las imágenes reales quedó en la mitad del ojo de modo que veía, él, como si estuviese en una piscina y por arriba viese las ondas del agua o alguna persona o un árbol o el cielo y por abajo las formas no traslúcidas del agua.
Pero desde aquel mismo momento en que el cirujano le confirmó que la operación había sido todo un éxito él le dijo al cirujano que de todas maneras no veía bien, como si algunas líneas continuaran doblándose o como si tuviera un punto ciego. Entonces el doctor Charles le previno que no controlase todo el tiempo cómo veía por dos razones: una, porque hasta que el gas desapareciera por completo su visión iría cambiando todo el tiempo, y otra, porque la normalización completa de la visión podría llevar todo un año a contar desde el momento de la operación.
En controles sucesivos él siguió informándole al cirujano que no veía bien. Por eso el doctor Charles le dijo que después de una intervención como a la que él había sido sometido podían quedar pequeñísimos hematomas que llevarían mucho tiempo también para disolverse por completo. Pero para paliar la situación le recetó dos gotas por día de Nevanac (Nepafenac 0.1%) particularmente indicadas para las inflamaciones posteriores a una cirugía del ojo.
Entonces, otro día, mientras miraba por tercera o cuarta vez un episodio de la tercera temporada de Dr. House porque no había encontrado una mala película clase B en la televisión por cable recordó que a ella no le gustaba House. Y comprendió que ella, igual que una intervención, dejaba hematomas.

37. El ojo

Para hacerse un OCT hay que mirar primero con un ojo y después con el otro algo así como una cruz de dos colores en el fondo de un par de lentes de un aparato que es el que produce el estudio administrado en sus posibilidades por la especialista que los hace en la planta baja de la clínica del doctor Daniel Charles en la calle Río Bamba entre Paraguay y Córdoba.
En su caso el estudio ofrece alguna complicación porque él tiene un nigtasmo congénito no demasiado importante pero que dificulta según para qué cosas fijar la mirada (por ejemplo para cambiar de focos y pasar de muy cerca a muy lejos: conduciendo en ruta esto puede ser alarmante y peligroso, no saber si lo que se ve allá, en el fondo, viene o va). Pero en el caso de él la flamante tecnología de la clínica resuelve casi sin problemas este problema (http://es.wikipedia.org/wiki/Nistagmo).
Mientras espera en la sala de la planta baja que la especialista lo llame para hacerse el OCT que le toca hacerse hoy él se deja llevar por un enjambre de imágenes que le hablan del día en que se dio cuenta de que se había enamorado de esa mujer de carácter aparentemente apacible pero cruel, intolerante y narcisista: una de esas mujeres que -después él lo sabría- en rigor no buscan una relación amorosa y menos que menos un hombre sino, más bien, un sparring, alguien, por ejemplo, que debe estar disponible, al servicio de ella, en todo momento, y que, si no lo está, será objeto de los más imperiosos reclamos.
Pero nada o casi nada le resta, sin embargo, que ella le haya parecido una mujer bella, seductora y deseable.
Los errores, en las pasiones o en el amor, se cometen una vez y para siempre, siempre en el primer instante en que el destello del amor parece una estrella nueva y tan fugaz que si no se la atrapa a tiempo nunca más volverá a cruzarse con uno.

33. El ojo

¿Qué ve la mirada en el otro cuando deja de quererlo?
Lo que aborrece.
No lo peor del otro: la mirada ve lo que aborrece, lo que llevó a esa disolución del cariño y, podría decirse, lo que llevó a esa disolución del cariño desde el mismo momento en que uno empezó a querer al otro.
Nada de todo esto es un juego de palabras.
El cirujano nunca está solo. Siempre, en su consultorio, hay otras personas: en general, una oftalmóloga especializada en el mal del paciente de turno. A veces son dos. Y en ocasiones excepcionales tres: en este caso el tercero es un oftalmólogo y en alguna de esas ocasiones este oftalmólogo es el hijo del cirujano que también es cirujano.
En los controles, de ahora en adelante, que serán muy seguidos durante el primer mes y luego se irán espaciando, él debe hacerse un OCT en la planta baja de la clínica; la oftalmóloga que realiza el OCT, en estos casos, no le hace esperar el resultado sino que lo se lo remite directamente al cirujano y a sus colaboradores a través de la red.
Así que cuando él regresa al consultorio es muy probable que ya todos los que estén en el ahí, dos, tres o cuatro, ya se encuentren evaluando las imágenes que son de colores y que son muchas, muchas imágenes que, él se da cuenta, el cirujano y sus colaboradores cotejan con los OCT anteriores y sobre todo con el OCT exactamente anterior a la operación.
Él piensa en la mirada, en qué ve y en qué no ve la mirada, mientras el cirujano, ahora, observa directamente su ojo izquierdo.
Nada mejor para ver un ojo que dilatar la pupila.
Entonces reaparece en el vacío la pregunta sobre la luz: ¿hay más luz de la que vemos, tanta luz como vemos con las pupilas dilatadas?
La mujer a la que dejó de ver el mismo día de la operación, como si el ojo izquierdo tapado hubiera sido la metáfora que materializó el fin, fue siempre una mujer fría, intolerante y exigente bajo la apariencia de una belleza plácida y un carácter neutral.
El cirujano considera desde el primer control posterior a la operación que el resultado ha sido un éxito. Habrá que esperar los controles siguientes y, sobre todo, que pase el tiempo: la recuperación o normalización completa de la visión puede producirse hasta en un año.
Al cirujano, por otro lado, lo llena de satisfacción que en el interior del ojo haya todavía mucho gas y le reitera la absoluta necesidad de que siga durmiendo boca abajo. Por eso él comprende que esta condición es la condición esencial que de una u otra manera garantizará el resultado positivo.
Lo curioso o lo significativo, como se prefiera, es que él había terminado la relación con esa mujer seis meses antes de la operación y que la había retomado un mes antes. Como si la celebérrima sentencia cuasi alquímica fuese la piedra filosofal de los finales de las relaciones amorosas: segundas partes nunca fueron buenas.
Por fin sale de la clínica, él, toma un taxi en la esquina de Córdoba y Río Bamba, controla las alertas en su teléfono y mira la luz: esa luz tan fuertemente blanca que se ve con las pupilas dilatadas.
El ojo administra la luz con la que vemos no dando ninguna señal física de que esa es una de las cosas que hace.
Pero el silencio del ojo no es el silencio de la mirada.

28. El ojo

        El ojo sano busca entradas. Mira muy seguido al ojo izquierdo y busca imágenes y textos para un relato que ha comenzado a escribir, una historia que es la historia de un amor desafortunado o de un error. Así, por ejemplo, se ha detenido en una imagen de Melville:


        Y ha encontrado una foto de la tumba de Alain-Fournier en el Cementerio Militar de Saint-Remy la Calonne:

        Se imagina, por otro lado, cómo habrá sido la operación de su ojo izquierdo:


        Esta es en rigor la historia de dos intervenciones.

23. El ojo


Todas las noches se acuesta relativamente temprano, empieza a fumar un poco de marihuana y ve películas. Le gusta ver películas que no son buenas pero que ya vio y que, por los motivos que sea, se entretuvo viéndolas la primera y la segunda vez que las vio. Pero su preferida, para verla una y mil veces, es Daddy Nostalgie, dirigida en 1990 por Bertrand Tavernier y estrenada en Buenos Aires como Nuestros días felices, con Dirk Bogarde y Jane Birkin: una cinta de la que jamás diría que no es buena.
        Y mientras transcurre, por ejemplo, el encuentro de esa mujer que desde París ha ido a visitar a su padre a Niza porque está enfermo del corazón, él sigue fumando pausadamente marihuana y le gusta, al mismo tiempo, dejar que sus pensamientos se vayan distrayendo en remansos de otros pensamientos, palpar los almohadones apilados en el lado izquierdo de su cama para que no gire hacia ese lado en lugar de seguir durmiendo boca abajo.
        Se siente tranquilo, incluso -podría decirse- feliz de dormir solo y no acompañado por la mujer con la que estuvo de novio hasta hace apenas unos días, una mujer que bajo la apariencia que pretenden dar las autodenominadas buenas personas es una mujer exigente, intolerante y a veces antipática.
        El día siguiente debe ir a ver al cirujano para el primer control después de la operación.
        ¿Cómo ve antes de ser operado un ojo en el que se ha producido un agujero macular?

19. El ojo

La pregunta recurrente es: ¿Y si esto no da resultado? La posibilidad de perder un ojo, en un caso así, no se presenta como descabellada. O es el temor que lo asalta como un mal sueño que no acaba de terminar o del que no hay manera de despertarse y que cada tanto se repite. Perder un ojo.
Son tres semanas. Tan simple o tan breve como suena. Es decir, una eternidad. Debe dormir boca abajo. El lado derecho de la cama no es una amenaza porque es el lado en el que duerme. En cambio el lado izquierdo queda libre y sin darse cuenta, es obvio, dormido, podría girar en la cama. Por eso amontona almohadones de ese lado que le impedirán hacerlo.
Pronto comprende que ya ha aprendido a dormir boca abajo. En dos, en tres, máximo en cuatro días sabe que no se dará vuelta durante las tres semanas.
Y le parece haber entendido que lo que el cirujano quiso decirle es que dormir en esa posición es fundamental para que el gas que tiene adentro del ojo izquierdo se vaya liberando de la forma más lenta posible.
Hacerlo, piensa, le evitará perder un ojo.
Se trataría más o menos de eso.

15. El ojo

Le han puesto un parche sobre el ojo izquierdo que le cubre casi toda la cara de ese lado. Podría decirse que es impresionante. Cuando se mira en el espejo se conmueve y no puede dejar de pensar que quienes lo vean seguro que se impresionarán. Es menos de lo que parece. Algo más o menos así es lo que piensa o lo que se dice. El cirujano le ha advertido que en el ojo izquierdo tiene gas para que el gas presione y fije el ¿tejido? con el que ha cerrado el agujero macular. También lo ha instruido para que durante tres semanas duerma boca abajo. Eso, y algunas gotas, es todo lo que tendrá que hacer mientras espera la recuperación y que el ojo izquierdo, progresivamente, recupere la visión. El parche se lo puede quitar él mismo el día siguiente. Cuando lo hace, con cuidado, frente a un espejo, lo primero que cree es que ve. Esperaba no ver nada, o ver todo negro, y en realidad ve la luz. No ve las formas, pero ve luz. Es, obvio, de día. Y si no ve, se da cuenta, es porque tiene el ojo lleno de gas. De todas maneras el hecho de no ver todo a oscuras le produce un emoción intensa y se le caen las lágrimas.
Esta operación no se realiza con láser sino con un procedimiento que él ha logrado entender, por así decirlo, como si se tratara de una laparascopia ocular.
La noche anterior, dos horas después de la operación, había ido a comer algo a un restaurante que está en la esquina de su casa. Había ido con la mujer que salía con él o con la que estaban de novios. Y ella le impuso, en medio de la comida más bien frugal, que él leyera dos textos que ella debía entregar en unos días. En este proceso la mujer comenzó a exigirle cada vez más atención y empezó a maltratarlo. Cuando volvieron al departamento él le pidió a la mujer que se fuera, que no se quedara a dormir con él. Le pidió que se fuera para siempre.
El ojo izquierdo verá durante esas tres semanas como a través de una burbuja de agua.

3. El ojo

         Ya tiene el ojo derecho tapado. Y el izquierdo no ve. En este momento lo están operando. En la misma intervención le cambiarán el cristalino para reducirle la miopía en ese ojo, para eliminar un principio imperceptible todavía de cataratas y para, mientras no tenga su cristalino, facilitar el acceso al agujero macular. No todo esto se lo han dicho con anterioridad. Ha sido informado. No puede decir que no. Pero algunas cosas se las dirán después, en los controles que seguirán durante meses después de la operación.

1. El ojo

         El anestesista le habla.
         Él imagina que el anestesista le habla para distraerlo y para que no piense, entonces, en la intervención inmediata a la que será sometido.
         El anestesista tiene una chaquetilla blanca de mangas cortas con una pequeña martingala en la espalda. Es un hombre de unos 45 años, de baja estatura y robusto. Ahora va al quirófano y vuelve en seguida. Él espera recostado en una camilla. El anestesista va y viene dos veces. Después se le acerca y sigue hablándole mientras le busca una vena en el brazo derecho.
         Es nada más que para sedarte, le dice.
         Él dice que sí con la cabeza.
         Sería bueno que durmieras bien esta noche, le dice el anestesista. ¿Te pasa que a veces no te dormís enseguida?
         Sí, a veces me pasa.
         ¿Y en esos casos que hacés?
         Tomo un poco de Valium... O también... -se detiene.
         El anestesista no lo mira. Lo está canalizando. Pregunta:
         ¿Qué?
         Fumo un poco de marihuana.
         El anestesista mira la hora en un reloj colgado en la pared.
         Fumá marihuana -dice.
         Después el anestesista y una enfermera lo ayudan a dirigirse hacia el quirófano. Lo acompañan al quirófano. Le sirven de sostén. El quirófano de cirugía oftalmológica, o este quirófano, parece el consultorio moderno de un dentista. No hay una camilla sino un sillón reclinable. Pero el olor es el olor de un quirófano. Él se sienta y alguien reclina el sillón hasta ponerlo en posición casi horizontal. En el quirófano están el cirujano, el hijo del cirujano que también es oftalmólogo, el anestesista, una instrumentista y una enfermera. Eso es lo que le parece a él, o la cantidad de personas que alcanzó a contar. No descarta que haya alguien más. De lo que está completamente seguro es de que el cuello de la camisa del cirujano que sobresale por encima del cuello de su chaquetilla es rosa.
         Ahora va a sentir un pequeño pinchazo en el ojo, le dicen. Hoy ya no recuerda quién le dijo eso, pero fue uno de los tres hombres. Le dicen: Es la anestesia.
         En poco tiempo el ojo izquierdo, anestesiado con una o más inyecciones, no ve. Al principio él no se da cuenta de que tiene el ojo destapado y que no ve. Piensa, por ejemplo, que le pusieron un parche. No tiene lógica, pero eso es lo que piensa.
         Y todo lo que todavía ve lo ve con el ojo derecho.
                  ¿Cómo es la luz?, piensa. ¿Es como la vemos habitualmente o es como la vemos con las pupilas dilatadas? Una es la luz que toleramos. La otra es una luz intensa, brillante y que enceguece. ¿Así es la luz y el trabajo de la pupila consiste en adecuar su entrada en el ojo?
         No, no es así. Pero podría formularse una hipótesis que enunciara que un acontecimiento no es la operación de un ojo izquierdo a consecuencia de un agujero macular diagnosticado tres meses atrás. Un acontecimiento, aquí, podría ser una consecuencia, por ejemplo, de la operación del ojo izquierdo o de alguno de los procedimientos que fue necesario realizar para diagnosticar el agujero macular, en este caso la dilatación artificial de las pupilas para que los oftalmólogos puedan ver la retina.
         Esta hipótesis acerca de qué es un acontecimiento se acercaría a la idea de la materia de esta historia, cuando es sabido que la materia es lo único que existe. Es decir: la materia y el vacío.