Le han puesto un parche sobre el ojo izquierdo que le cubre casi toda la cara de ese lado. Podría decirse que es impresionante. Cuando se mira en el espejo se conmueve y no puede dejar de pensar que quienes lo vean seguro que se impresionarán. Es menos de lo que parece. Algo más o menos así es lo que piensa o lo que se dice. El cirujano le ha advertido que en el ojo izquierdo tiene gas para que el gas presione y fije el ¿tejido? con el que ha cerrado el agujero macular. También lo ha instruido para que durante tres semanas duerma boca abajo. Eso, y algunas gotas, es todo lo que tendrá que hacer mientras espera la recuperación y que el ojo izquierdo, progresivamente, recupere la visión. El parche se lo puede quitar él mismo el día siguiente. Cuando lo hace, con cuidado, frente a un espejo, lo primero que cree es que ve. Esperaba no ver nada, o ver todo negro, y en realidad ve la luz. No ve las formas, pero ve luz. Es, obvio, de día. Y si no ve, se da cuenta, es porque tiene el ojo lleno de gas. De todas maneras el hecho de no ver todo a oscuras le produce un emoción intensa y se le caen las lágrimas.
Esta operación no se realiza con láser sino con un procedimiento que él ha logrado entender, por así decirlo, como si se tratara de una laparascopia ocular.
La noche anterior, dos horas después de la operación, había ido a comer algo a un restaurante que está en la esquina de su casa. Había ido con la mujer que salía con él o con la que estaban de novios. Y ella le impuso, en medio de la comida más bien frugal, que él leyera dos textos que ella debía entregar en unos días. En este proceso la mujer comenzó a exigirle cada vez más atención y empezó a maltratarlo. Cuando volvieron al departamento él le pidió a la mujer que se fuera, que no se quedara a dormir con él. Le pidió que se fuera para siempre.
El ojo izquierdo verá durante esas tres semanas como a través de una burbuja de agua.
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