Primero se hacen preguntas sobre sus familias, sus amigos y sus trabajos. Ella, mientras hablan, toma un par de sorbos de agua y no deja de mirarlo o de estar atenta a la situación, al encuentro, podría decirse, porque lo cierto es que vuelven a verse después de muchos años.
Ella tiene una hermana casi discapacitada que estaba casada con uno de esos empleados internacionales de alguna empresa como Samsung, por ejemplo, y su vida consiste en mudarse cada tanto de país, reorganizar la empresa en el país de destino y esperar que le fijen uno nuevo. Tenían un hijo, un bebé en aquellos años, completamente normal.
Pero el marido de la hermana hizo hace pocos años un viaje corto a un país de Europa Central y se enamoró allá de una empleada jerárquica de Samsung. Entonces se separó de la hermana de ella, nunca volvió a verla ni tampoco a su hijo que ahora tiene, pongamos, 11 años.
Por su parte, los padres de él, que estaban separados desde que él era chico, se murieron no hace tantos años, él no ha vuelto a ver a sus tres hermanos que en rigor son, de él, medio hermanos, y sólo mantiene una relación cercana y de mucho cariño con su hija, una chica que hoy tiene 24 años y que acaba de terminar la carrera de arquitectura.
Sólo después aparece entre ellos el silencio que en en estos reencuentros precede a entrar en otra materia: ¿qué ha sido y qué es de ellos, de cada uno de ellos?
Ella sabe que él sigue escribiendo novelas y publicando sus novelas y él sabe que ella -¿cómo no saberlo?- ha hecho de sus diseños de ropa una tendencia de éxito mundial con epicentros en París y en Berlín. Fabrica, ella, la ropa que diseña, y lo hace sobre todo en China y otros países asiáticos con standards altos de calidad y costos de mano de obra muy bajos. La fama de ella da todo el tiempo la vuelta al mundo, la ha convertido en una mujer popular y la gente la reconoce por la calle.
De hecho, en ese mismo momento, se les acerca a la mesa una mujer joven y alta que primero pide disculpas por interrumpirlos, después le expresa a ella su admiración y lamenta no haberse puesto ese día un vestido sensacional de seda azul Francia diseñado y fabricado por ella y le pide, por fin, un autógrafo y sacarse una foto juntas.
Él, por supuesto, cumple con la función de sacarles la foto con la cámara del teléfono celular de la admiradora de la mujer que mejor lo ha querido en toda la vida, y entonces vuelven a sentarse, a sonreír, a hacer un par de comentarios acerca de este tipo de servidumbres con las que ella no ha tenido más remedio que acostumbrarse a vivir.
Él no puede dejar de pensar que es obvio que el espacio que ella ha ocupado en la relación entre los dos ha sido más amplia que al revés. Y que lo sigue siendo.
Pero eso no le molesta.
Nunca le molestó.
Es, piensa, lógico.
Primero pensó natural.
Después se le ocurrió que era lógico.
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