Nunca ha sido parecido a nadie. O él ha creído que no era parecido a nadie, ni a su madre, ni a su padre, básicamente, y menos a sus hermanos. Es más, nunca ha entendido eso de los parecidos. Sin embargo casi todo el mundo le ha dicho a lo largo de la vida que era igual a su madre. Nada que ver con su padre pero sí con su madre. Él nunca se ha visto así.
Sin embargo en este momento, en la figura que
vio en el espejo, por primera vez cree ver en sus rasgos algo de su padre: el
pelo escaso, o el bigote, o algo en la mirada.
Por eso se queda inmóvil, con un cierto
recelo mira... y sigue viendo, en el espejo, algo de su padre.
Aborrece ver en él algo de su padre.
Desvía la mirada.
Toma el primer sorbo de café que no
esta quemado, ni es flojo, ni demasiado fuerte: toma el primer sorbo de un café
que está bien hecho, como si los más de setenta años de antigüedad del bar
respaldaran la experiencia necesaria para hacer un buen café.
Le parece, de todas maneras, que hoy ya
es tarde para encontrarse parecido a nadie.
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