Ya no quiere distraerse y, en la distracción, perder el tiempo.
En el fondo sabe, aun cuando ya haya terminado el segundo café, que ella no está tan retrasada y sabe, con esa intuición que a veces lo gobierna como si fuera una certeza, que la chica, la mujer que mejor lo ha querido, está a punto de llegar.
Por eso no quiere distraerse, no quiere que los pensamientos se le vayan a cualquier lado o queden a la deriva entre escenas de infancia o imágenes finales de una relación amorosa que resultó el fracaso más completo en sus últimos seis o siete años.
Ella no tuvo en la relación con su madre, la hija de Marina Andréyev, la misma relación de fuerte cariño que tuvo con su abuela. Es sabido que en algunos casos las relaciones entre hijas y madres suelen ser desquiciantes, por lo menos durante un tiempo... y a veces a lo largo de toda la vida.
Pero ella había conseguido, a partir de sus veinte años y poco después de irse de la casa de sus padres a vivir sola con su primer hijo, cuando el chico tenía apenas tres años, restablecer algo en el vínculo con su madre: no desaparecieron por completo ni la beligerancia ni los desacuerdos, pero sí pudieron, de tanto en tanto, tomar el té con scons en casa de la madre y hablar de las cosas de la vida.
Entonces, en ese preciso momento, por las puertas que dan a Callao, aparece ella.
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