84. El ojo

Abrió una cuenta en Twitter cuando esperaba la operación del ojo izquierdo que se había programado para quince días como mínimo -no recuerda ahora exactamente cuántos- más adelante para cerrar un agujero macular. No es lo más grave que le ha pasado con su cuerpo. Cuatro años atrás, por ejemplo, tuvo un infarto. Pero puede decirse que el tema del ojo lo perturbó más que el ataque al corazón. Esos eran los días, también, los últimos días de su relación con la mujer que no buscaba hombres sino sparrings: tipos dispuestos a acompañarla en su vida social a veces marcada por la fama, preparados para contestarle de inmediato todos los mails que escribía por día, listos para atender sus infinitas llamadas por el celular para contar sin descanso los mil y un problemas que tenía, desde su separación hasta su hijo mayor, sobre todo su hijo mayor, una calamidad construida por ella a fuerza de desvivirse por darle todo lo que al pibe se le antojaba, y dispuestos, siempre dispuestos, los sparrings, a facilitarle un muslo para que ella se frotara hasta acabar. Es decir, ella, esa mujer que se definía a sí misma como una buena persona. Entonces él escribía twits:
   Las polémicas empiezan cuando se pierde la razón.
   O:
   La felicidad es eso que pasa de largo cuando el 15 no se detiene en la parada de Santa Fe entre Armenia y Malabia.
   O:
   Para un peronista no hay nada peor que otro peronista.
Las compensaciones más notables venían, de parte de ella, con regalos: siempre espléndidos, sorprendentes y regularmente inapropiados. La ropa que ella le regalaba a él no le gustaba. Eran prendas caras, de primeras marcas y de colores propios de la temporada. Pero a él esa ropa no le gustaba porque él se viste con básicos tan básicos como un jean, una remera negra y esas zapatillas, por llamarlas de algún modo, que inventó hace muchos años Camper y que le copió todo el mundo: http://www.camper.com/es/eshop/productos.xhtml?type=M
   -Sos implacable -le dice María.
   -No, soy realista. Hay que recuperar el realismo.
   -Pero la querías...
   -Los primeros dos meses la quise.
   -¿Cuánto tiempo estuvieron juntos?
   -Te queda un solo cigarrillo... -dice él-. Dos años, más o menos.
   -Fumalo. Lo necesitás más que yo.
La sonrisa no desaparece del todo de su boca. Escucha y escucha, casi sin hacer preguntas, y conserva espontáneamente algo plácido como si se dejara flotar en la calma chicha.
   -También es cierto que exagero un poco.
   -Caminemos un poco, hasta otro bar, y compramos cigarrillos.
   -Dale.
   -¿Y cómo está tu ojo ahora?
   -No del todo bien... Pero no puedo dejar de mirarte.

Gente sin techo (CABA). Y fuera de foco.

No hay comentarios:

Publicar un comentario