Y así vamos adelante, botes contra la corriente, incesantemente arrastrados hacia el pasado.
FSF.
Cuando se conocieron la chica que él cree que ha sido la que más lo ha querido en la vida dibujaba para diseñadores de moda establecidos y si bien ella no lo era, o sólo era todavía una aprendiz, contaba con un reconocimiento creciente de su talento y su originalidad.
Pero esto para ella no era suficiente. Quería más. Quería triunfar. Quería que el mundo se aprendiese de memoria su nombre, su figura y sus diseños.
De todas maneras estaba enamorada de él y sólo hacia el final de aquella historia apasionada la ambición de la chica comenzó a pesar entre los dos.
Ella empezó a presentarse en concursos, a viajar con su carpeta a cuestas, su portfolio cada día más creativo y audaz, y en esa carrera que nacía no abandonó sus gustos por el tabaco, por el alcohol y por la cocaína.
Sin embargo, como ella decía, lo manejaba.
Entonces él le cuenta que consiguió, ahora, la manera de comunicarse con ella -una dirección de mail- porque sin proponérselo, buscando otras cosas, había encontrado en una caja archivada en un armario un diario que ella había escrito durante varios meses mientras estaban juntos. Y era un diario que sólo hablaba de la relación entre ellos, de los defectos y las virtudes de él, y de lo mucho que ella lo amaba en todas sus versiones.
No recordaba, él, ese diario. Pero recordó de inmediato por qué ella se lo había regalado y la frase que descubrió, hojeándolo, de pronto, y que lo había estremecido.
Ella, que lo escribió, tampoco se acuerda en este momento de ese diario.
Está casada desde hace siete años y tiene, con su marido, un hijo, el primero de él y el segundo de ella. Un chico, le cuenta, que es un encanto.
Él no sólo la mira: la contempla, la observa. Todo parece absolutamente normal pero hay algo que no cierra, como si haber abandonado todas las drogas la hubiese dejado en un punto de desolación en el que la memoria recuerda o no recuerda a través de leyes que él no consigue establecer.
Pero esto también podría ser una ilusión óptica.
Pero esto para ella no era suficiente. Quería más. Quería triunfar. Quería que el mundo se aprendiese de memoria su nombre, su figura y sus diseños.
De todas maneras estaba enamorada de él y sólo hacia el final de aquella historia apasionada la ambición de la chica comenzó a pesar entre los dos.
Ella empezó a presentarse en concursos, a viajar con su carpeta a cuestas, su portfolio cada día más creativo y audaz, y en esa carrera que nacía no abandonó sus gustos por el tabaco, por el alcohol y por la cocaína.
Sin embargo, como ella decía, lo manejaba.
Entonces él le cuenta que consiguió, ahora, la manera de comunicarse con ella -una dirección de mail- porque sin proponérselo, buscando otras cosas, había encontrado en una caja archivada en un armario un diario que ella había escrito durante varios meses mientras estaban juntos. Y era un diario que sólo hablaba de la relación entre ellos, de los defectos y las virtudes de él, y de lo mucho que ella lo amaba en todas sus versiones.
No recordaba, él, ese diario. Pero recordó de inmediato por qué ella se lo había regalado y la frase que descubrió, hojeándolo, de pronto, y que lo había estremecido.
Ella, que lo escribió, tampoco se acuerda en este momento de ese diario.
Está casada desde hace siete años y tiene, con su marido, un hijo, el primero de él y el segundo de ella. Un chico, le cuenta, que es un encanto.
Él no sólo la mira: la contempla, la observa. Todo parece absolutamente normal pero hay algo que no cierra, como si haber abandonado todas las drogas la hubiese dejado en un punto de desolación en el que la memoria recuerda o no recuerda a través de leyes que él no consigue establecer.
Pero esto también podría ser una ilusión óptica.
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