Dice el diario escrito con líneas que cubren el viernes 20 y el sábado 21, escritas con tinta negra y sin puntuación.
Esa chica, la que tiene el pelo largo, jeans, borcegos y una campera de cuero cuando se besan, él y ella, a pocos metros de la muralla del castillo de Pedraza, en Segovia, una muralla con torres en un atardecer color de oro, no se acuerda del diario del que él le habla ni tampoco de que les hubieran sacado fotos en Pedraza.
Dos mujeres jóvenes, muy probablemente dos secretarias que trabajan en oficinas cercanas, las dos sobre los 30 años pero intentando que no parezcan más de 27, entran a tomar un café y lo primero que ven, ellas, es, para ellas, Tamara Maragall y se quedan con la boca abierta, caminan más despacio, eligen cualquier mesa y comienzan a cuchichear.
Esa chica no se acuerda del diario ni de que un día se lo dio, uno de esos días en que de pronto uno de los dos, en una pareja, mientras discuten, le dice al otro:
-¿Qué te pasa conmigo?
Y escucha como respuesta:
-¿Querés saber qué me pasa con vos? Leé esto.
Sin embargo, cuando un par de días después él reciba un mail de esa chica leerá que ella le pregunta con todas las letras por qué no le devolvió el diario y la foto como si fuese evidente que era lo que tendría que haber hecho. Y eso no será lo más duro, lo más ofensivo, lo más desconcertante que leerá.
Pero no quedará bien parado después de leerlo.
David Lynch, Terciopelo azul (1986)
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