58. El ojo

La rendija, por fin, termina de abrirse y él ve.
El gas se ha ido y la recuperación gradual de la visión se materializa como un sueño, como un deseo desaforado, y el cirujano, en sus modos moderados, no puede ocultar la satisfacción: ¡otra vez lo ha conseguido! es lo que parece decir.
Pero él no deja de decirle al cirujano que entiende bien lo que le dice pero que no ve del todo bien: algo en el centro de la imagen que compone el ojo izquierdo no es traslúcido.
Por eso el cirujano comienza con sugerencias del orden de que él no debe estar controlando todo el tiempo cómo ve porque la recuperación completa puede demorar un año a partir de la fecha de la operación.
Y más adelante le hablará de los infinitos y pequeñísimos hematomas que produce una operación de esa naturaleza y le receta Nevanac al 0.1%, unas gotas anti inflamatorias cuya droga es el Nepafenac.
Él leerá en la cajita: Suspensión Oftálmica.
Y todo el lenguaje le parecerá, más que nunca, paradójico.

Dentro de poco la única historia que quedará en pie es la historia del ojo.
Porque un agujero macular bien operado, ahora él lo sabe, es muy posible que quede cerrado.
Pero las cosas no necesariamente terminan ahí.
Las historias de amor terminan.
Las dolencias económicas a veces terminan.
Las probables enfermedades de un ojo, o de los dos, no siempre terminan.

No hay nada absoluto.
Salvo el vacío.
El vacío es lo absoluto.
No hay referentes. El vacío es todo. El único sentido.

Entonces piensa en su padre. O, mejor dicho, al verse de refilón, nuevamente, en el espejo, recuerda la última vez que vio a su padre.


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