Y no vamos a volver a ver nada o casi nada de lo que vimos.
La escena está terminada pero al mismo tiempo algo permanecerá de esta escena en las inmediaciones de la historia que continúa.
Sivori, para tratar de despejarlo, para intentar que piense en otra cosa y no en las historias equivocadas le propone que vean una película de Steven Shainberg en la que Nicole Kidman interpreta a la fotógrafa neoyorkina Diane Arbus. El director, un hombre que no ha llegado todavía a los 50 años, vivió en los '90 en un monasterio zen y sus películas son una deriva independiente que a veces se detiene en personajes inquietantes: es el caso de An Imaginary Portrait of Diane Arbus (2006), una mujer conmovida y obsesionada por el mundo de los freaks. En 1972 fue la primera fotógrafa estadounidense invitada a la Bienal de Venecia y el MoMA produjo su primera exposición retrospectiva. Arbus se había suicidado en 1971. Por este camino, entonces, el de la fotografía y las mujeres, Sivori y él, entran en los imaginarios de Diane Arbus, de Ruth Orkin y de Annie Leibovitz.
Bill Murray en Flores rotas de Jim Jarmush (2005)
La última vez que vio a su padre comprobó que no tenían nada que decirse, nada que preguntarse, nada en común. Su padre estaba internado en el Hospital Fernández en espera de un diagnóstico y cuando él fue a verlo le dijo que pagaría cualquier cosa, su padre, por tomar un café y fumar un cigarrillo. Entonces él le dio su impermeable y lo ayudó a ponérselo y juntos bajaron en un ascensor enorme, apto para camillas, pensó él, salieron a la calle y fueron hasta un bar que había en la esquina. Lloviznaba. Al lado del bar había un kiosco. Él compró un paquete de Marlboro box y un encendedor Bic. Después se sentaron a una mesa, la primera que encontró a su paso el padre, y pidieron dos cafés, y fumaron. Él también fumó, quizás para tener algo que hacer, algo con que entretener las manos mientras observaba la mirada del padre que estaba detenida afuera, en algún punto o alguna cosa en la calle que estaba o parecía estar, si es que era algo y no nada, a espaldas de él. Su padre había adelgazado un poco, tenía el bigote gris y mal cortado, y parecía ensimismado o, también le pareció posible a él, fuera de todo. En los diez o quince minutos que estuvieron en el bar casi no hablaron. Su padre le pregunto: 1° por su hermano, es decir por el hijo menor del padre; 2° por su madre, la madre de él y de su hermano; y 3° por Racing, quería saber cómo iba Racing. En estos intercambios breves, ya que las respuestas de él podrían resumirse, las tres, en una sola palabra: Bien, el padre no desvió la mirada de la ventana y no lo miró. Pero él vio que tenía los ojos marrones con algunas estrías de sangre y nublados, no por lágrimas sino por imágenes que él jamás sabría cuáles eran. De modo que por fin pagó los dos cafés y se fueron. El padre, sin decir nada, se guardó en un bolsillo del pijama que tenía debajo del impermeable los cigarrillos y el encendedor.
Steven Shainberg, An Imaginary Portrait of Diane Arbus (2006)
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